¿Dónde tienes la cabeza? …., es como si no estuvieras aquí….., ¿A dónde te has ido?...
Estos y otros tantos comentarios semejantes los oímos y los decimos con frecuencia en nuestra vida, y muestran gráficamente lo que está ocurriendo. A menudo dejamos de estar presentes porque una parte de nuestra energía-conciencia se va de nuestro cuerpo, ya sea por pensamientos o porque no deseamos estar presentes ante lo que acontece en ese momento, por defensa.
Cuando este mecanismo se repite frecuentemente puede crear problemas de atención, de respuesta, de evasión ante las dificultades, exceso de actividad mental, tensión o dolor de espalda y cabeza, etc.
El cuerpo humano es además de órganos, músculos y demás, un sistema energético muy elaborado e interconectado del cual se nutre nuestro cuerpo y nuestra mente. Cuando el circuito de energía se bloquea, provoca inevitablemente consecuencias físicas, mentales y emocionales.
Una buena manera de enraizarnos es a través del ejercicio físico, sobre todo el ejercicio de piernas, de suelo. En general el movimiento y el ejercicio nutre nuestro campo energético, lo limpia y lo carga de energía renovada; permitiendo liberar emociones cristalizadas, calmando la actividad mental y aportando estabilidad.
Cada persona ha de sentir que tipo de ejercicio necesita, que intensidad o que periodicidad requiere.
El ejercicio con conciencia, con atención a lo que se realiza es una gran fuente de recarga energética y un hábito sano para el organismo en casi todos sus niveles. Es importante ver la motivación que nos empuja a realizarlo y medir bien su intensidad y repetición, ya que puede pasar de sano a peligrosamente obsesivo, como todo en la vida.
A nivel energético, estamos conectados a la tierra por nuestros pies y piernas y al universo por nuestra coronilla y a nuestro alrededor se crea una órbita con una longitud y ritmo característicos. Este círculo energético con su longitud y ritmo particular para cada ser humano hace que nuestros pensamientos, emociones, músculos y demás lleven su propio ritmo de funcionamiento.
Por ejemplo, supongamos que una persona tiene un bloqueo a nivel pélvico, sea por el motivo que sea. Hay un trauma emocional, con una consecuencia de rigidez física y poca fluidez energética. La órbita energética del cuerpo en vez de llegar y nutrir correctamente hasta los pies lo hará por la cintura, disminuyendo su longitud y aumentando su velocidad. La consecuencia puede ser que la persona acelere sus pensamientos y emociones, que se sufra dolores de espalda o de cabeza, etc.
Todo ello sin entrar a valorar la consecuencia somato – emocional del trauma en concreto.
El mero hecho de que su circuito natural de energía ha sido alterado, provoca que todo su sistema se altere.
El enraizamiento es el camino para estar conectados con la tierra y regular nuestra órbita energética.
A nivel visual serían las raíces del árbol; sin ellas, éste, no sobrevivía, se caería al suelo con una suave brisa.
Pero además de raíces, el árbol necesita las hojas para sobrevivir por ellas recoge el alimento del sol.
Nosotros también necesitamos calmar nuestra mente además de estar enraizados al suelo.
La calma mental aporta equilibrio y descanso a todo nuestro sistema, permitiéndole recargarse y funcionar de manera perfecta en todos sus niveles. La paradoja es que sin un buen enraizamiento, no calmaremos nuestra mente. Sin unas buenas raíces no habrá verdes y sanas hojas.
Para calmar nuestra mente es aconsejable meditar.
A nivel psicológico y emocional, el enraizamiento tiene mucho que ver con la seguridad y la confianza personal. Es por ello necesario para sostener cualquier proceso emocional estar bien enraizado a la tierra.
Cuando entramos en un proceso personal, catalizado por un acontecimiento puntual o por un proceso terapéutico, es similar a un gran huracán. Una poderosa y violenta fuerza brota de nuestro interior y tambalea todo nuestro mundo. La capacidad de sostén y de entendimiento tiene que ver con nuestra capacidad de enraizamiento.
Cuanto más profundas y fuertes sean las raíces mejor sostendremos el viento huracanado de los procesos emocionales.
Si por otra parte, las raíces son débiles, posiblemente bloquearemos incluso el entrar en proceso, o nos evadiremos de sentir para poder sobrevivir.
Cuanto más fuerte sea el sostén, más capacidad de sentir se desarrolla, reduciendo el análisis mental a su justa medida y confiando en las capacidades sensitivas e intuitivas.
La consecuencia es que la rigidez mental y corporal disminuyen y ello aporta cada vez más bienestar y equilibrio personal.
Asier Alabarte Ventayol
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